Cuando pierdes tu séptimo giro

Solía pensar que ganar era el objetivo. Luego, sentado en mi piso en East London, vi a un jugador girar por séptima vez: sin victoria, sin bote. Solo una tenue luz del algoritmo girando en la noche. No se iban. Regresaban. Una vez más. Me pregunté por qué. No por creer en las probabilidades, ni por perseguir recompensas. Sino porque en ese instante—la pausa entre giros—encontraban algo más silencioso que la victoria: un sentido de ser reconocido. Estos juegos no están diseñados para triunfar, sino para el tacto. Para el ritmo. Para el espacio entre la desilusión y la esperanza donde tus pensamientos no gritan—susurran. He visto jugadores regresar tras perderlo todo—tras leer términos que no entendían plenamente, tras agotar su presupuesto diario—y aún elegir ‘giro gratis’ como una oración ritual. No se trata de la estrella o la señal. Se trata de lo que pasa cuando nadie mira. Presionas play no porque esperas ganar, sino porque por un segundo silencioso, recuerdas quién eres.