Escribo a las 3 a.m.

Solía pensar que el éxito se medía en premios y rachas—hasta que aprendí que la victoria no vive en algoritmos. Me siento junto a la ventana a las 3 a.m., el café frío, la pantalla azul—el mismo tono que los discos de jazz de mi padre en las calles del South Side. Me dijeron que era demasiado callado… pero quemo. No con fuego que se compra—solo con el tipo que persiste tras el silencio. Esto no es una app. Es un diario escrito en tiempo real: cada apuesta, cada giro perdido, cada bono no reclamado, es una nota al lucha de alguien por estar entero. “White Ram” no fue un juego—fue un eco de las oraciones irlandesas de mi madre y la liturgia negra de mi padre, tejida en el ritmo de los bloques urbanos.