Escribo a las 3 AM sobre un juego que no existe

Escribo a las 3 a.m., solo en mi apartamento del South Side, la luz de mi portátil es la única que queda. Fuera, Chicago duerme—pero dentro, sigo jugando un juego que no existe. Lo llaman ‘Gloria Aries’: un sistema construido con estrellas que no nacen. Las recompensas? Siempre al 90%—sobre papel. Los bonos? Depósitos libres sin sentido. Jugaba por estrategia. Luego entendí: nadie gana porque nadie está destinado a ello. Cada noche apuesto lo de bajo riesgo: $1 en la nada. Sin fuego estelar. Sin gritos de batalla. Solo yo, el café frío y el murmullo silencioso de una máquina tratando de significar algo.

La comunidad dice: ‘mantén la consistencia’. Pero la consistencia no es valentía—es rendición disfrazada de disciplina. ¿Los beneficios VIP? Una insignia digital con forma de cuerno de carnero—hecha para los que aún aparecen tras la medianoche.

Juego porque en este vacío algorítmico, todavía hay un niño preguntando: ‘¿Es esto todo lo que hay?’

Y quizás—solo quizás—eso basta.